lunes, 26 de abril de 2010

«Oración». Contada a los jóvenes por Mariola LÓPEZ VILLANUEVA, RSCJ

 
Hacernos un cine

¿Te gusta el cine? A mí muchísimo. Meternos en las historias, conocer otras visiones y otros mundos, emocionarnos... Pienso que Jesús contaba parábolas porque aún no existía el cine. También detrás de cada película hay horas y horas de trabajo. Algunas tardan años en rodarse: de cien tomas se aprovechan diez. La luz es muy importante en las películas; por eso para mí la oración tiene que ver con el cine, porque también es cuestión de luz. Pones lo vivido bajo otros ojos, lo miras desde otro ángulo, no lo contemplas sola. Es como si pudiéramos bañar la realidad en esa luz que descubre lo verdadero, lo que cuenta, lo que merece la pena. ¡Y cuánto cambian las imágenes cuando las recibimos ahí...! Entonces se ven las cosas en versión original. ¿Y sabes qué es lo más emocionante? Que apenas sabemos nada de nuestra propia película y de nuestro papel en ella; que al principio somos meros espectadores y que, en la medida en que nos vamos adentrando en la oración, vamos siendo protagonistas, señores de nuestra vida, dejando que el guión nos lo vaya haciendo Otro: el que sabe, el que conoce el entramado de la historia y la belleza escondida de cada plano. ¡Cómo disfrutan los actores cuando los dirigen buenos directores...! Se dejan llevar, se abandonan... Nosotros contamos con el mejor, pues sólo en Él podemos conocernos y ser lo que somos y desplegar el amor. Encontrarnos con Jesús y vivir con él nos pone la vida bonita, y es en la oración donde lo vamos descubriendo, donde nos dejamos mirar y querer.

¿Recuerdas la mirada que dirigió a la mujer adúltera, a la que le acarició y le ungió con el perfume, a Pedro...? Ésos son los ojos que buscan los tuyos. Por favor, no te los pierdas. El día en que los sientas, no podrás olvidarlos. En cada oración nos volvemos hacia esos ojos, que nos bendicen, que nos embellecen, que nos llevan. No te encontrarás en otro lugar como en ellos. No te verás en otro lugar como te ves allí. Sólo ellos muestran nuestra verdad desnuda; y llegarás a amar tu pobreza como nunca podrías haber imaginado. Mira desde Él a los demás; mira con Él lo que vives, lo que bloquea tu corazón, lo que te da vida y lo que te hace sufrir, tus miedos y tus sueños, las personas que forman parte de ti... Mira también el dolor de los otros, sus anhelos, su bondad. No dejes nada fuera de esos Ojos que ruedan para ti. Si te dicen que no existen, es porque no los han descubierto. Cuando tú los veas, lo sabrás; y sólo en la oración se muestran. Se van tatuando poco a poco en lo más hondo de ti.

Otro tema importante en el cine son las imágenes; también lo son en la oración. Según sea Dios para ti, según cómo lo veas, así orarás. A veces se nos introyectan imágenes falsas de Dios, fetiches que tienen más que ver con nosotros que con Él, con nuestras compulsiones y miedos. Necesitamos frecuentar el Evangelio en la oración para que esas imágenes se nos vayan cayendo y, poco a poco, se muestre ante nosotros y dentro de nosotros el Rostro de Dios que Jesús reveló. Siempre nuevo. Cuando ya creemos conocerlo o saber de él, nos lleva más adentro y más lejos. Un Dios que no se deja contener. Lo que más lo identifica es su amor incondicional y el gusto tremendo que provoca en nosotros por la vida y por su diversidad, el cariño por todos y por todo.

Vivimos tan rápido que apenas nos tomamos tiempo para asimilar las experiencias que tenemos. La oración nos hace disfrutar de las mejores escenas del día y nos hace desear reparar las que nos han gustado menos. Detente un rato cuando sea mejor para ti, por la mañana, por la tarde o por la noche, y recorre el día y los rostros, lo vivido, lo expresado, lo callado, lo recibido... Igual que después de una buena película te quedas pegada al asiento del cine y necesitas un tiempo antes de salir a la calle, así nos ocurre en la oración: no podemos terminarla de repente. Tiene su momento de despedida, de poso, de reverencia.

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