HÁBLAME DE TI
Desde muy pequeño había aprendido la lección: “cada vez que vengan visitas te vas a tu habitación y no salgas hasta que no se hayan ido”
Al principio se había revelado porque no era justo que el no tuviera la oportunidad de disfrutar de esos momentos, sobre todo porque algunas visitas podían traerle algún regalo, pero desde aquella ocasión en que se había retrasado, a propósito, en refugiarse en su habitación y había descubierto con horror la cara de espanto que puso esa persona al verle, perdió el interés por permanecer en la sala cuando alguien llegaba.
No sabía a quien echarle la culpa de su malformación, quizá fuera culpa suya, no recordaba haber hecho nada malo para recibir ese castigo, pero se había resignado. Quizá merecía ser así por alguna razón y aunque eso le hacía culpable y le ponía triste, le permitía seguir viviendo sin lamentarse demasiado.
Hasta aquel día, cuando se presentó, un primo por parte de su madre, y llegó sin avisar. De repente la puerta se abrió, y allí estaba él. Se disponía a salir corriendo, pero el otro lo retuvo: “Hola, soy el primo Comprensión, tu debes ser el hijo de Angustias, ¿qué tal estás?.
No sabía que decir, y apenas pudo balbucir: “¡pero no te asusta mi aspecto!”.
Te refieres a tu cara- dijo el primo- las he visto peores. ¿A ti te preocupa tener ese aspecto?, Pues a mi tampoco.
¿Entonces no te importa que me quede aquí?-dijo el muchacho.
“Claro que no, quiero que me cuentes cosas de ti, tu madre no me cuenta nada”
Por primera vez alguien se interesaba por él, y no huía gritando. Se sentía la persona más feliz del mundo. Se sentía amado y reivindicado.
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