martes, 17 de agosto de 2010

Semillas de luz para un mundo nuevo por Miguel Márquez calle, Ocd


... Le preguntaron en cierta ocasión a Juan XXIII por qué tenía tantos amigos y él respondió: en las personas hay muchas cosas buenas y algunas cosas malas. A mí me gusta fijarme en las buenas, por eso tengo tantos amigos.

A veces me pregunto por nuestra dificultad para abrirnos a lo otro, para no juzgar a los otros desde nuestra verdad intocable.
¿Cómo se puede escuchar de verdad si no aceptas que el otro te puede iluminar de alguna forma?
¿Cómo puedes mirar a otro si ya antes tienes hecho el juicio y rellena la etiqueta?

Me preguntó, Amparo, cómo escucho y acojo a los que me da miedo escuchar, cómo respeto y recibo a los que me critican, cómo me acerco a los que me desprecian, cómo tratamos en Iglesia a los que nos son de nuestro pensar y sentir, con qué cariño miro a los que no comulgan con mis ideas, los que no son de mi equipo.
Cómo está la Iglesia, es decir, tú y yo, acercándose a los que pasan de los curas, a los que tienen preguntas incómodas que hacer, a los que no entendemos...
Me pregunto mucho por esta tarea de la Iglesia que Jesús tanto supo hacer... Y que solo se hace si nos situamos donde se situaba Él: en la transparencia, la vulnerabilidad, la igualdad (hablamos de dignidad – no de jerarquías). Todos se podían acercar a Jesús, para tocarle o para insultarle, y él no huía de nadie, ni estaba lejos de nadie.

Viendo cómo Jesús se movía entre las gentes de su tiempo, me pregunto por qué me da tanto miedo: mantener la mirada, escuchar sin defenderme – dejándome cuestionar, tocar – abrazar y dejarme alcanzar, olfatear – rastrear nuevos senderos, gustar el sabor de lo que agrada y da placer y de lo que amarga...
Tal vez, porque me da pánico perder pie, ir más allá de lo que me protege, me asegura. Y cuando me pregunto cómo mirar, escuchar, tocar, gustar y oler la vida... siempre, siempre pienso que él lo hizo de tal modo que se perdió a sí mismo, que le derribaron físicamente, y me pregunto si no estaré yo traicionando algo precioso, al mantenerlo encadenado en mi miedo.

Le pido a Dios sus gafas y su corazón para atreverme a mirar, y descubrir lo que otros tienen que enseñarme.

Lo que los que nadan contracorriente quieren decirme para ayudarme a crecer.

No olvido que Jesús no quería ovejas sumisas, sino hombres y mujeres libres, y que sólo los peces muertos van a favor de la corriente... Los que están vivos pueden remontar los ríos de la inercia y de la costumbre...

 

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