lunes, 19 de abril de 2010

«Oración». Contada a los jóvenes por Mariola LÓPEZ VILLANUEVA, RSCJ


En este tiempo de Pascua nos encaminamos hacia la celebración de dos grandes fiestas cristianas: la Ascensión y Pentecostés. Es éste, sin duda, un tiempo especialmente indicado para rezar, para aprender a orar. No sólo para los más mayores; también para los jóvenes, a quienes quiere precisamente dirigirse Mariola López...

La madre de Sonia se fue de casa cuando ella nació, Ilenia no conoce a su padre, y Fran lo vio sólo una vez. Ellos son algunos de mis chavales del Instituto, un centro de atención preferente en un entorno social con una gran inestabilidad familiar y deteriorado por las drogas. Aunque están en cuarto de la ESO, tienen ya diecisiete y a punto de los dieciocho, son pocos en clase de religión y puedo tener una relación más cercana con ellos. Un día me preguntaron qué hacíamos en la casa, cómo vivíamos en la comunidad. Entre otras cosas, les conté que por la noche nos juntábamos para rezar y que, a veces, en esas noches me acordaba de ellos y los ponía con Jesús. Eso les sorprendió y les gustó. Una chica me dijo: «¿Y cómo rezas por nosotros?»... «Os traigo al corazón y le pido a Jesús que os cuide, que se os ponga la vida bonita, que encontréis gente que os quiera y a quien querer...» De pronto, Ilenia comentó que la única oración que antes se sabía era el Padre Nuestro, pero que se le había olvidado ya; otro nombró a su abuela, y Sonia me dijo, para mi sorpresa, que por qué no rezábamos allí. Les dije que sí, que el próximo día lo haríamos al final de la clase.
Cuando llegó el día, me llevé una música tranquila y pensé hacerles una pequeña meditación, que cerraran los ojos, que respiraran... Pero, a pesar de varios intentos, no pudimos pasar de ahí, porque a un par de chicos les daba la risa. No quería desaprovechar la ocasión, y se me ocurrió que empezáramos a orar con el cuerpo. Nos pusimos de pie en un círculo, hicimos varios gestos de oración, nos pasamos a través de nuestras manos un plato de luz y al final les dije que nos íbamos a entregar esa luz de Dios unos a otros, a bendecirnos. Las chicas entraron muy bien, a los chicos les daba más vergüenza. El mayor regalo me lo hizo Sonia, cuando escuché que le decía a una compañera: «déjame que te bendiga»... Ni siquiera sé si ella sabe lo que eso significa.
¡Qué difícil, hablar de oración a los jóvenes, enseñarles a orar, y más cuando a nosotros nos cuesta tanto en este tiempo de altas velocidades...! Voy a hacer el intento de traducirla para ellos. No estoy segura de poder lograrlo; por eso voy a pedirle ayuda a Sonia, la muchacha que quería aprender a bendecir. Ella será mi interlocutora y mi guía.

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