martes, 20 de abril de 2010

«Oración». Contada a los jóvenes por Mariola LÓPEZ VILLANUEVA, RSCJ


El gimnasio del corazón

¿Practicas algún deporte? Ahora recuerdo que jugabas a voleybol. Ya sabes cuánto hay que entrenar para jugar bien y lo importante que es la disciplina de cada día. No correr de repente un día durante dos horas, sino cada día un poco, para que el cuerpo tenga su tono y no te tiren los músculos. Me impresiona la cantidad de gente que va a los gimnasios, las actuales catedrales del cuerpo; el ejercicio es bueno, siempre que no se sobredimensione. Nada me impresiona más, cuando veo unos Juegos Olímpicos por la tele, que pensar en todo el sacrificio que han tenido que hacer los atletas, las horas y horas que han dedicado a prepararse. Su tiempo, su atención y sus mejores energías giran en torno a esa práctica. ¿Te has fijado tú? Es increíble. Y eso para triunfar en un deporte, que es sólo para unos años...; imagina los corredores de fondo... ¡Cuánto más nosotros, para atinar con la carrera de la vida, tendríamos que entrenarnos bien!
En general, creo que los jóvenes cuidáis bastante vuestra dimensión corporal y necesitáis cultivar también las dimensiones mentales y emocionales... Pero hay una que está aún más adentro: es la dimensión trascendente de nuestra vida ¿Te suena esa palabra? Significa algo así como que no estamos cerrados en nosotros mismos, que estamos abiertos a una Realidad mayor que nos trasciende, que tenemos en el corazón un hueco que está hecho a la medida de Dios. Pues fíjate que, siendo ésta una de las dimensiones más importantes de la vida, es la que menos nos enseñan a despertar y cultivar. La dimensión de profundidad es la más descuidada y, sin embargo, es aquella que nos hace sentir plena la vida. ¿Por qué lo aprenderemos tan tarde? Lo que sentiría mucho es que se te pasaran los años, te liaras con otras cosas y no te dieras cuenta. Intuyo un pozo tan precioso dentro de ti, una fuente tan honda... ¡Y tú sin saber que la tienes! Nos pasamos la vida buscando agua en pozos ajenos, y apenas descubrimos nuestro manantial. La oración nos ayuda a encontrarlo y ensancharlo (también nos ayuda a sanar las heridas, pero eso lo dejaremos para otra ocasión). ¡Cómo nos cambiarían las cosas si cada día pasáramos un ratito en el gimnasio del corazón con Aquel que amorosamente nos espera...! ¡Cómo se nos moldearía la vida...!, ¡qué distintos veríamos los rostros al recibirlos ahí...! Para ello necesitamos pararnos, entrar dentro, buscar en Otro nuestro centro, soltar tantos ruidos que nos acompañan y, si queremos ahondar la relación, tener un ritmo, cierta disciplina, practicar un poco cada día...como el deportista para ejercitar sus músculos.
Y ahora que todos buscan tener su coach, su entrenador personal, ¿sabes que allá adentro tenemos uno? Los cristianos le llamamos Espíritu. Ruah. Aliento de Dios. Fuente de todo amor. Es nuestro maestro para aprender a orar. Él nos va enseñando qué decir y cómo hacerlo, y con él nos vienen las lágrimas y la alegría. Si lo frecuentamos, podremos luego reconocerlo cuando se cuela en nuestra vida cotidiana; si no lo conocemos está igual a nuestro lado, y dentro de nosotros, y dentro de los otros, sólo que no lo sabemos... y no contamos con él. ¡Ojalá puedas sentirlo! Estoy segura de que sí; es más, lo has experimentado ya, pero aún no sabes que es él. El día que lo sepas y te queme su fuego, ya no podrás olvidarlo. En algunos gimnasios preparan una tabla personal, le dan a cada uno su manual de ejercicios. Nuestro manual en ese gimnasio del corazón es el Evangelio; no busques otros si te quieres entrenar de verdad. Hay cosas preciosísimas sobre la oración, y está bien conocerlas y ayudarte con ellas; pero tú vuelve siempre al Evangelio, mira a Jesús allí, contémplalo, identifícate con sus personajes... hasta que llegue a ser Buena Noticia también en ti para otros.

1 comentario:

Iluminada Luciano Guzman dijo...

Que bellos seria si todos hicieramos esos ejercicios espirituales diariamentes... hermasos articulos tambien para nosotros los que no somos tan jovenes