miércoles, 13 de junio de 2012

Mariola López Villanueva, rscj

Ojos de niña



“Como era bajo de estatura, no podía verlo a causa del gentío. Así que echó a correr hacia adelante y se subió a una higuera para verlo, porque iba a pasar por allí” (Lc 19, 1-9)


Iba en un vuelo hacia Madrid cuando aconteció en el avión una escena deliciosa. Un padre pone a su pequeña de tres años sobre sus pies y la lleva caminando a grandes zancadas por el pasillo. Ella alcanza a mirarme con sus ojillos claros como diciéndome en silencio: “¡ves que bien voy!” Yo le sonrío y siento que así nos llevas tú, Dios mío, subidos sobre ti y hacia adelante.

Me viene a la memoria esta imagen ante el relato de Zaqueo. Un hombre que no da la talla para ver a Jesús. El currículum de Zaqueo es claro, son contundentes las voces que definen su vida: publicano, jefe de recaudadores, de los que medran a costa de otros, de los que velan por su interés sin mirar cómo viven los que van quedando en el camino. Pero a pesar de todo quiere ver, se sube a un árbol y escucha allí: “ Zaqueo, baja aprisa ” y vuelve a tu realidad.
-“¿Quién me conoce por mi nombre y me llama así? ¿Quién sabiendo lo que esconde mi vida quiere cenar conmigo?”
-“Baja que hoy , tal como estás: estresado, disperso, cansado de ti mismo...quiero alojarme contigo. Quiero que entres en tu casa para recibirme allí”.
 
¿Quién se haría amigo público de un hombre de mala reputación? Sólo aquél que conoce hasta el fondo lo que hay en nuestro corazón. Cuentan de Zaqueo que lo recibió muy contento, con una alegría que no había experimentado en muchos años. El deseo de Jesús vino a despertarle lo mejor. Por primera vez eran otras voces las que se acercaban a su vida. “ Quiero hospedarme en tu casa ”, quiero tener que ver contigo, quiero compartir hasta el cuarto trastero del lugar donde vives. ¡Qué sorpresa!

Saberse aceptado lo levantó y le devolvió su verdad. De repente, se había hecho un anfitrión capaz de amar y de ofrecer lo suyo: dar lo que había robado, compartir, abrir su casa, no sólo a Jesús sino con él a tanta gente necesitada. Y por primera vez en su vida se sentía bien en su piel. No quería ser otra persona ni estar en otro lugar. Se sabía aceptado y querido con toda su realidad.

Frente a aquellos que murmuran que no podemos cambiar, que tenemos que cargar para siempre con el peso de nuestra historia, de nuestra confusión o de nuestro mal. Hay un Zaqueo esperando a ser despertado dentro de nuestro corazón y una pobreza que nos vincula a otros y nos trae felicidad.

En adelante ya no sería un colaborador de los opresores romanos, sino un hijo y por eso un hermano capaz de experimentar salvación. Y ya no necesitará subirse a un árbol, pues Aquél que le había descubierto su identidad lo llevará en adelante sobre sus pies, para acercarlo a todos los perdidos y necesitados del camino. ¿Irá como aquella niña con su padre, contento y confiado, dejándose suavemente conducir?

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