jueves, 15 de marzo de 2012

El Apartamento por Freddy Ginebra

Un lugar en el mundo, eso es lo que más busca todo individuo desde que nace hasta que muere. Ese sitio, imaginario o real, es el principio de todos los sueños, de cada ilusión.

Pienso que eso de tener apartamento viene desde niño. Uno definitivamente es la suma de todo lo vivido. Las señales de todas las experiencias van quedando en el rostro y en el alma. Mi abuela, con quien viví gran parte del tiempo, era fanática de las mudanzas. Recorrimos casi toda Ciudad Nueva y gran parte de Gazcue, sin dejar de mencionar a San Carlos. En aquella época todavía se estilaban las visitas de media tarde, los conversaos hasta entrada la prima noche y cada vez que mi abuela regresaba de una de esas visitas temblaba, cuando ella comenzaba diciendo: "...me dijo Carmen, que por su casa están construyendo unos apartamentos nuevos y que las ventanas, o que el área de cocina..." ya entendía que el peligro inminente de una mudanza se aproximaba. Algunas veces no tenía tiempo de aviso previo sino que al regresar del colegio encontraba los trastes apiñados y la voz alegre y cantarina de mi abuela cuando me decía: "Ya casi todo lo tuyo está en una caja, acaba de poner lo demás y aprovecha y bota todo lo que no te sirve que esta tarde viene el camión y nos mudamos. Te va a gustar muchísimo el nuevo apartamento, tenemos un parque al frente con muchísimos juegos".

De nada valían mis protestas, además en esa época los niños no tenían el derecho de protestar sin correr el riesgo de recibir una galleta bien colocada y un boche tremendo, seguido del castigo de no ir el domingo al cine. Nunca permanecíamos más de tres años en el mismo lugar. Ya me conocía las excusas con las cuales ella comenzaba a motivar sus cambios: "Nunca pensé que este lugar fuera tan caluroso. El ruido es cada vez más intenso. Me da pena por los vecinos que son muy buenos, pero por el mismo precio me han dicho que en pleno Malecón hay uno de tres habitaciones en un tercer piso, con vista al mar, que es lo que necesitamos todos para airear los pulmones".

Y así nos mudábamos. Mi dependencia, si así se puede llamar, a los apartamentos comenzó desde muy temprano. Con el tiempo fui aprendiendo a no apegarme mucho a los lugares. Con los amigos tuve más suerte, pues en cada barrio conocía nueva gente y los iba acumulando. Pienso que llegué a ser popular y a tener todo tipo de amistades, algunos hasta hablaban inglés.

En una de esas mudanzas tuve mi primer encuentro con Barajita. Era una mujer que había despegado de la realidad y vestida con estridentes colores, un maquillaje exagerado y cuantas pulseras y collares nadie pudiera imaginar, cual gran dama se paseaba por las calles hablando sola o a quien quisiera escucharla sobre una infinidad de temas que a mí, debo confesar,me parecían interesantes.Mujer inofensiva, al igual que Chochueca, quien en su mismo estilo de desvarío perseguía los entierros y los acompañaba todos con intenso rigor y auténtica pena. Grandes personajes de mi infancia que en la pequeña ciudad de Santo Domingo, entonces ciudad Trujillo, eran parte del paisaje y encuentros de mi continua movilidad.

A Andrecito también lo conocí en una de esas mudanzas. Me da la impresión de que la ciudad en esos tiempos era mucho más intima y que todas las familias se conocían. Por alguna razón que nunca supe, Andrecito se fue con sus padres a México y unos años después, al ir al cine Independencia, me resultó familiar un actor. Tenía el mismo apellido de Andrecito y hasta se le parecía.

Ivonne, otra amiga de esos tiempos, lo reconoció y me confirmó que el actor mexicano que hacía de Chanoc era aquel muchacho del barrio. La gran noticia que provocó una avalancha para aplaudir y asistir colectivamente al cine. Según fueron pasando los años y me fui haciendo adulto, de tanto vivir en esos apartamentos, ese hábitat se hizo parte de mi vida. Comencé a cultivarlos internamente, un apartamento frente al mar como horizonte, un apartamento en las montañas rodeado de muchos árboles y quizás un río para combatir la ansiedad, otro en una gran ciudad, Nueva York, frente al Central Park o al Hudson, en Europa, París era obligatorio, al igual que Madrid.

También un apartamento en Santo Domingo exclusivamente para escapar de mis días ajetreados, escuchar música, conversar con mis personajes favoritos y hasta llorar sin que nadie me viera.

Cuando Eduardo mi amigo me habló de que necesitaba un lugar para escaparse, le dije que tenía un apartamento a su disposición.
–¿Dónde queda? –me preguntó asombrado.
 
–¿Dónde quieres que esté? –contesté preguntando.

–Mira –continuó sin oírme–, es que hay días en que uno quisiera como salirse del medio y escapar donde nadie te localice y tener tiempo para pensar...

–Te puedo prestar el mío, ¿te gusta el mar?

–¡Claro! –exclamó entusiasmado.

–Este tiene vista al mar y a la montaña.

–¿Cuál es tu color favorito? –insisto.
–No entiendo.
 
–Por aquello de las paredes...
 
–Freddy, ¿pero de qué paredes en realidad tú me estás hablando?

–De las del apartamento.

–Qué sé yo... las paredes del color que estén...
 
–Es que quiero que tengas el color adecuado a tu estado de ánimo, es lo correcto. Eduardo me miró entre mi amigo está loco o es demasiado extravagante.

–El ascensor te lleva directamente, así que no tienes que ver a nadie en el camino –continué a pesar de su perplejidad.

–¿Ascensor privado? –Casi gritó presa de una absoluta incredulidad. Mi rostro ni se alteró, estoy acostumbrado a estos sobresaltos.

–Si quisieras te puedo prestar alguno en algún sitio del extranjero.

–¿Me estás tomando el pelo? –dijo entre serio y preocupado.

–¿Qué ciudad te gusta más? Esta vez me miro angustiado.

–¿Tienes en cuáles?

–Dime primero qué ciudad te gusta más, si lo prefieres en el continente europeo, en Norteamérica, Latinoamérica o el Caribe.

–Ya –sonrió mi amigo –tienes ‘time sharing’.

–Ahora eres tú el que me confunde. ¿Y qué es eso?

–Es la oferta que venden los hoteleros. Tú compras un tiempo al año y lo puedes usar en cualquier lugar del mundo donde ellos tengan sus cadenas.

–No –contesté casi molesto –Me indigna que te atrevas a creer que te estoy ofreciendo ese plan, no tengo nada en contra pero... lo mío es diferente. Mi apartamento esta dispuesto en cualquier tiempo del año. Es más, te diría que es un apartamento especial que contribuye a mejorar los estados de ánimo. Lo uso cuando quiero estar totalmente solo, cuando estoy demasiado alegre y necesito aislarme, cuando la tristeza me invade, cuando debo guardar luto y mi corazón está desgarrado, cuando quiero tomar una decisión y dar algún paso trascendente. Es un lugar muy especial. Si quieres te doy las llaves para que lo habites.

Eduardo me miró y vio la seriedad en mi rostro.

–¡Dame las llaves! –dijo arriesgándose. Entonces abrí sus manos y le puse unas llaves invisibles.

Me miró confuso.

–El apartamento del cual te hablo está aquí y me señalé la frente. Desde que aprendí a soñar la vida me ha sido mucho más fácil. No siempre he podido viajar y cuando era niño salir del país era de privilegiados, buscaba los mapas, me aprendía los lugares y me imaginaba que vivía en un apartamento en una de sus calles. Tengo un apartamento en casi todas las ciudades del mundo,Hasta llegué a tener uno en el Polo Norte en forma de iglú. Cuando era adolescente y leía a Salgari no había selva ni desiertos en los cuales no tuviera un apartamento. Ahora que soy un señor casi maduro, lo disfruto plenamente y lo necesito más para combatir las sorpresas del mundo en que vivimos. Además, en esos apartamentos la gente que quiero y admiro entra y sale. Con algunos sostengo interesantes conversaciones. ¿Te sorprendería saber mis intensos diálogos con Dios? ¿Aún quieres las llaves?

Eduardo me miró seriamente unos segundos, pensé que se reiría de mí.

–Devuélveme las llaves –dijo y de inmediato agregó–, lo que más me gusta de este apartamento es lo íntimo y privado que es. Por el momento no se lo ofrezcas a nadie más, déjame a mí elegir la compañía.


Publicado originalmente en Pasiones Escritas, diario El Caribe, Santo Domingo, República Dominicana, el domingo 22 de diciembre del 2002.

No hay comentarios: