- ¿Que te ocurre, que vienes tan triste?-le pregunté.
- Mi amigo Sebas y yo - me dijo - queríamos ir al cine el domingo, pero él se lo dijo de tal manera a su padre, que este se enfadó y lo tiene castigado hasta el próximo lunes.
- Y se os ha estropeado el plan.
- Lo que más siento, Padre, es que el está encerrado en su casa y yo libre. ¿Por qué tiene que pasar esto?
- Ya ha sucedido antes. Te contaré una historia. Hace mucho tiempo hubo un hombre que se llamaba como tu y viajaba mucho, y se hizo la misma pregunta cuando vio en algunas ciudades que algunas personas de su misma religión estaban presas. Y el decía lo mismo: ¿por que ellos tenían que estar presos cuando el gozaba de plena libertad? Y desde entonces puso todo su empeño en liberar a aquellas personas que también eran cristianas.
- ¿Y cómo lo hacía? ¿Organizó un ejército?
- Si, pero un ejército sin armas. En cada ocasión seleccionaban a dos del grupo que iban a buscar a los cautivos hablaban con los que los tenían presos y los compraban.
- ¡Que me está diciendo, que vaya a convencer al padre de Sebastián, no creo que me acepte dinero para una cosa así!
- No siempre usaban dinero. A veces cuando no tenían dinero una de esas dos personas se quedaba en el lugar de un preso y este era liberado.
- Su papa no creo que quiera hacer ese cambio.
- Pero puedes ir y acompañarle en su encierro. La libertad empieza por la solidaridad. Que tengas suerte, encomiéndate a San Pedro Nolasco, pues el fue el que comenzó esta historia de libertad.
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