jueves, 18 de noviembre de 2010

DO 21/11 Evangelio y Vida por Fray José Muñoz, mercedario



¿PARA QUIEN EL HONOR?

La primavera había sido espléndida, con una profusión de flores de todo tipo, por eso nadie se sorprendió cuando el viento se enseñoreó de la zona y se llevó en sus brazos las semillas en una danza sin fin.


Entre ellas se encontraron dos semillas de flores diferentes pero muy similares en tamaño y forma. Compartieron amistad y confidencias. Desconocían su origen, pero al contemplar la basta naturaleza soñaban con convertirse en una planta majestuosa. Cayeron al suelo muy cerca, se hundieron en la tierra despidiéndose con un hasta luego. Brotaron al mismo tiempo, lo que les llenó de alegría, y mientras crecían siguieron compartiendo el sueño sobre su destino, pero algo vino a interponerse en la relación, porque de forma sensible se ampliaba la diferencia en el crecimiento, hasta constatar que pertenecían a dos clases diferentes. Una sería un gran árbol, y la otra apenas un arbusto. Sin embargo se sentían unidas por el destino y por años mantuvieron esa estrecha amistad. Hasta que un buen día, el arbusto descubrió que su amigo árbol había desaparecido, apenas quedaba el troncón. No duró mucho la tristeza porque al poco tiempo se sintió arrancado y zarandeado, alguien lo estaba doblando y cruzando unas ramas con otras, mientras no dejaba de quejarse.

¡Era este el destino que le deparaba la vida!, ¿solo serviría para alimentar el fuego de algún hogar?

Fue puesto en la cabeza de una persona que al punto comenzó a sangrar. Desde su atalaya contemplaba el ir y venir de la gente sin comprender. Recuperó la alegría cuando la persona que lo coronaba se trasladó hacia un objeto en forma de cruz, aunque deformado, era inconfundible, era su amigo. De nuevo estaban juntos compartiendo un destino que no comprendían. Pero ir junto a su amigo era de por si un honor.


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