domingo, 14 de noviembre de 2010

DO 14/10 Evangelio y Vida por Fray José Muñoz, mercedario



¿Y QUÉ LE VAMOS A HACER?

Cada año lo mismo, se decía un oso perezoso, “nada de lo que hagamos puede cambiar las cosas”. Los animales que vivían a la vera del río sabían que al cabo de algunos años se producía una inundación, aunque no sabían el momento exacto. Y nuestro oso vivía en la angustia permanente, y lo peor es que intentaba transmitir a los demás esa angustia, “no vale la pena realizar ningún esfuerzo, tarde o temprano vendrá el agua y arrasará con todo el valle, y los que queden serán diezmados por el frío invernal, y si queda alguno morirá acuciado por el hambre ante la falta de alimento por que la tierra quedará arrasada”.

Pocos le hacían caso: Los castores seguían su rutina de acumular madera en la presa para fortalecer su madriguera subacuática; que viniera el agua, no les importaba mucho. Las termitas se afanaban en la perforación de túneles para ampliar su vivienda, y con el deshecho construían grandes chimeneas de salida. Los pájaros construían sus nidos en las ramas más elevadas de los árboles. Las ardillas recolectaban piñas y nueces que introducían en el hueco de los árboles. Los lobos intensificaban la caza para acumulara reservas energéticas en su cuerpo.

Cada animal hacía lo que mejor sabía, aprovechando las cualidades para las que estaban dotados.

Mientras el oso seguía con su soniquete. “El agua va a venir, ya lo verán, y entonces ¿Qué vamos a hacer?”

Pero el río tampoco se inundaba ese año. Y el oso descubría que no había preparado nada y el hambre le roía las entrañas, entonces se acercaba a sus congéneres buscando algo que llevarse a la boca. Pero estos le decían: “tenemos lo justo para esta temporada”. El oso se quejaba “y yo que me he preocupado por ustedes recordándoles los peligros que nos acechan!” Y ellos respondían: “¡Y nosotros, imprudentes, que solo nos hemos preocupado de trabajar!”, “¡que le vamos a hacer!”


 

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