jueves, 28 de octubre de 2010

DO 31/10 Evangelio y Vida por Fray José Muñoz, mercedario



VAMOS A TU CASA

Toda su vida se había desarrollado en la búsqueda de nuevas sensaciones que le hicieran olvidar los problemas cotidianos. Cuando se sumergía en su mundo artificial provocado por sustancias que ingería, inhalaba o se inyectaba todo dejaba de tener importancia porque el se convertía en el centro del universo, en lo más importante, y el entorno se mutaba eliminando los elementos desagradables para quedarse solo con lo placentero. Poco importaba que su madre o sus hermanos sufrieran en silencio, impotentes al no poder hacer nada, resignados al encontrarse con un muro impenetrable cada vez que intentaban, “ayudarlo”, decían ellos, “robarle su vida feliz”, pensaba él. No quería una ayuda que le obligaba a enfrentarse a la cruda realidad de la vida, estaba cansado de oír recriminaciones por parte de su padre, de los maestros, del jefe de la fábrica, o de los amigos. Prefería quedarse en su mundo, donde nadie le podía reprochar nada, aunque el retorno a la normalidad le causara mayor dolor e insatisfacción y andar deambulando, sin rumbo, como un zombi. Solo en algunos momentos de escasa lucidez, pensaba en el modo de escapar de ese mundo, maravilloso y ruin a la vez, que le ofrecía un mundo de ensueño y le robaba la vida a él y a su familia. Intentaba encaramarse a un asidero que apenas podía agarrar. Olvidado, de todos los que alguna vez se habían preocupado por él, se dejaba llevar por su indolencia, arrastrado por la corriente que el mismo había generado. Hasta que un día, abandonado en una esquina de una calle cualquiera, escuchó una voz anónima, que, sin reproches y sin recriminaciones le decía: “Levántate, si tu quieres puedes salvarte y salir de tu agujero. Vamos a tu casa”.


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