viernes, 15 de octubre de 2010

DO 17/10 Evangelio y Vida por Fray José Muñoz, mercedario



LA FUERZA ESTÁ EN LA CONSTANCIA

Como todos los ríos, el de nuestra historia nació como un pequeño manantial, surgiendo de la ladera de la montaña, apenas un hilo de agua, pero a medida que se iba abriendo camino se llenaba de pretensiones, y en su recorrido se iba alimentando de otras corrientes menores que le iban fortaleciendo.

Hasta el punto que en un determinado momento se sintió con las fuerzas necesarias para abrirse camino a su capricho, y justo en aquel recodo desarrolló su máximo impulso golpeando de forma insistente la roca que le impedía seguir en línea recta. Con tanta violencia golpeaba, una y otra vez, que al fin la roca cedió para dejar paso a la corriente, pero con tan mala fortuna que las rocas que se encontraban más arriba apoyándose en la anterior también cedieron creando un obstáculo aun mayor, por lo cual nuestro río se vio forzado a desviarse mucho más.

Fatigado por la energía desatada y llegando a parajes más tranquilos, en la madurez de su recorrido, cuando ya había desistido de dominar al entorno y se dejaba guiar por los accidentes del terreno, fue el suave y continuo flujo de corrientes el que erosionaba las pequeñas piedras convirtiéndolas en arena que mansamente se desplazaba para permitir que el río buscara la dirección más adecuada, evitando los meandros que le obligaban a realizar gran des curvas y dirigiéndose en una línea recta y suave hacia el lecho del océano.

Al llegar a la desembocadura, el río comprendía que para llegar a su destino, la furia y la violencia desatada por la aguas turbulentas de su juventud le habían dado peor resultado que la ligera pero constante corriente de la madurez. De cualquier manera hay que insistir, aunque apenas queden fuerzas, porque aun, en los momentos más desesperados, se puede obtener un buen resultado.
 

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