viernes, 24 de septiembre de 2010

DO 26/9 Evangelio y Vida por Fray José Muñoz, mercedario



AUN ESTAMOS A TIEMPO 


Ya desde el nacimiento se habían establecido las diferencias entre los dos ratones. Grasoso, el mayor, era el primero en engancharse para recibir la leche materna y molestaba a Esmirriado que cuando llegaba apenas si recibía unas gotas.

Según iban creciendo, se repetía la misma tónica. Cuando la mamá les traía alguna presa, Grasoso consumía la mayor parte y apenas dejaba unas piltrafas para Esmirriado que parecía un esqueleto andante.
Su hermano se aprovechaba de su mejor constitución para cazar y atrapar comida con facilidad. Esmirriado apenas si tenía fuerza para llegar a los estantes de la cocina de la casa, donde quedaban restos que para él habrían constituido un manjar.
Así transcurría la vida, para Grasoso era el Paraíso, mientras que Esmirriado tenía la sensación de vivir en un infierno particular sintiendo un hambre permanente.

Hasta aquel día en que ambos se encontraban ocupados en saciar su apetito, Grasoso dando cuenta de una caja de galletas que había sustraído de la despensa, y Esmirriado apurando las migajas que el otro dejaba escapar. En un instante el banquete se paralizó ante una presencia extraña, al parecer, el dueño cansado de la desaparición continua de comida había adquirido un gato, y éste quería comenzar su trabajo. Esmirriado se escabulló con facilidad y desapareció en la madriguera, grasoso con más dificultad llegó hasta la entrada, pero había comido tanto aquel día que su cuerpo se atascaba. “Ayúdame hermano”- le decía a Esmirriado. “Ya me gustaría- le decía éste- pero en tan poco tiempo no puedo agrandar la entrada y con lo poco que como apenas tengo fuerzas para jalar de ti, tendrás que buscar otro sitio para escapar, pero ya la figura de Grasoso desaparecía entre las garras del nuevo jefe de la casa. Para él se había terminado el tiempo.


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