miércoles, 15 de septiembre de 2010

Con Otras Palabras por Pabel Alba Hernández


Sin Fronteras


“Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber?, ¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos, o sin ropa y te vestimos?, ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?... En verdad les digo que cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí.
(Mt 25,37-41)

Una de las cosas más importantes para mi es conocer y compartir con personas sus sueños, deseos, ideología, modo de ver y vivir la vida… y curiosamente al terminar la semana pasada me encontré con alguien con estas cualidades que, para interés de este comentario, es de nacionalidad haitiana.

Todo comenzó con un simple saludo y de pronto se detonó una química entre ambos muy interesante y nuestra conversación de más o menos 20 minutos, me sirvió para responder algunas inquietudes que tenía y para intentar entender la cultura tan amplia y variada como la haitiana.
Preguntas como: ¿Qué piensan los haitianos de nosotros los dominicanos?, ¿Cómo te sientes en la calle con todos los ojos puestos sobre ti?, ¿Por qué tanta exclusión hacia ustedes si nuestro país está repleto de personas asiáticas (chinos)? Estos y otros interrogantes fueron los que llevaba en mi mente y quería de cierta forma, no tanto una respuesta, sino más bien un punto de vista desde la realidad. Escuchar todo el sacrificio qué quien me contaba tenía que hacer para salir a la calle, como andar bien vestido y duchado, para así no despertar más la xenofobia que algunos momentos nos arropa; saber que muchas veces por nuestra forma de ser, ellos (haitianos) ven en nosotros personas sin corazón, ni escrúpulo; sentirse apartado por el país de procedencia o por su color de piel, me hace pensar, ¿hasta dónde vamos a llegar? Y más importante, ¿Qué pensará Dios de esto?
Es curioso que cuando ocurrió el terremoto de Haití el 12 de Enero, dentro de tantos dominicanos que nos sentimos afectados por el dolor ajeno, hubo alguien que sin conocer padre, madre o familia, sin preguntar cómo ni por qué, se prestó a darle el seno a un niño que había perdido su familia. ¿Estamos dispuestos a ser como esa mujer que sin importar nacionalidad solo vio alguien necesitado?

Al final Dios no nos preguntará si somos dominicanos, haitianos, españoles, rusos, alemanes… Dios nos preguntará qué hicimos, cómo nos dimos y en que cantidad amamos. Dios no tiene frontera ni nacionalidad. De nosotros depende romper esas barreras que nos impiden ver el rostro de Jesús en el enfermo, encarcelado, forastero y desnudo. Y recuerda que cuando lo hagamos con uno de ellos, también con Jesús lo estamos haciendo. ¡Vete y haz tú lo mismo!

No hay comentarios: