miércoles, 2 de junio de 2010

Con otras palabras por Pabel Alba.

Cuando la marmota ríe.
En cierta ocasión los animales se pusieron de acuerdo en que no debían traicionar a la alegría. Sólo gozarían el derecho a vivir las especies alegres; los ejemplares tristes tenían que desaperecer, morir aplastados por la pesadumbre. Para ello todas las categorías debían someterse a un examen terminante: hacer reír a la marmota.
El recurso adoptado era utilizar un chiste o historia divertida. Si conseguían que la marmota riese, era evidente que el relator disponía de una alegría contagiosa y, por lo tanto, tenía derecho a vivir, sencillamente, por su euforia o bonhomía.
El primer turno le correspondió a la tortuga que se esmeró para que la marmota apreciase una anécdota festiva. La marmota no se rió; ninguna gracia le proporcionó el lento y longevo quelonio y por consiguiente su mutismo expresivo sentenció la muerte inexorable. Luego, le tocó en suerte a la liebre, quien contó lo suyo con entusiasmo y confianza: la marmota no rió. Y la simpática corredora sufrió la indiferencia fatal. Luego el pavo, más tarde el oso, después el gallo, la cebra. Todos fracasaron...

De pronto se presentó la lechuza. Con voz firme y en frases cortas, narró una desopilante historia de enredos... Todos miraron ansiosos a la marmota que comenzó a reír y reír cada vez en forma más estruendosa, incontenible. El león, admirado preguntó: ¿Te gustó el cuento de la lechuza? y la marmota respondió: No, !que bueno el de la tortuga!

Esta semana me corresponde dirigir las oraciones del día en mi comunidad y una mañana en laudes estuvimos compartiendo este cuento que yo me atreví a sacar la siguiente conclusión:

En nuestra vida tenemos momentos de desesperación, de soledad, de angustia, y solemos dirigirnos a Dios para pedirle por tal o cual cosa. Tenemos la tentación de pensar que Dios es como una maquina de refrescos, que tan ponto le introduzcamos el dinero, nos dará lo que queremos. Y déjame decirte algo por experiencia personal: no es así. 

Dios sabe cuantas cosas queremos y necesitamos; espera que vayamos a su encuentro a presentarle esa inquietud. Pero necesita que como la marmota  le demos tiempo a que él actúe en nosotros y en lo que queremos. Muchas veces lo que pedimos no es lo que nos conviene y si no lo recibimos catalogamos a Dios como un Padre que abandona a su hijo.

Cuando le pidas a Dios deja que él se tome su tiempo para pensar, para programar tu vida; deja que Dios actúe en ti. Pídele de corazón y espera a que él haga su voluntad y no la tuya. Que seamos capaces de esperar que Dios digiera nuestras peticiones y que le digamos con fé al igual que María, Hágase en mí según tu palabra. !Vete y haz tú lo mismo!   

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