jueves, 4 de marzo de 2010

Cuentos Sufíes*


 
* El Sufismo, tal como lo conocemos, se desarrolló dentro de la matriz cultural del Islam


 
Un hombre fue a Wahab Imri y le dijo:
- Enséñame humildad.
 - No puedo hacerlo - dijo Wahab
- porque la humildad es una maestra en sí misma. Se aprende por medio de su misma práctica. Si no la puedes practicar, no la puedes aprender.
Si no la puedes aprender, no quieres realmente aprenderla en absoluto dentro de ti.


                                                                             ***
Un discípulo preguntó a Hejasi: Quiero saber qué es lo más divertido de los seres humanos.
Hejasi contestó:
- "Piensan siempre al contrario".
- Tienen prisa por crecer, y después suspiran por la infancia perdida.
- Pierden la salud para tener dinero y después pierden el dinero para tener salud.
- Piensan tan ansiosamente en el futuro que descuidan el presente, y así, no viven ni el presente ni el futuro.
- Viven como si no fueran a morir nunca y mueren como si no hubiesen vivido."


                                                                            ***

Día tras día, el discípulo hacía la misma pregunta:
- ¿Cómo puedo encontrar a Dios?
Y día tras día recibía la misteriosa respuesta:
- A través del deseo.
- Pero ¿acaso no deseo a Dios con todo mi corazón? Entonces ¿por qué no lo he encontrado?
Un día mientras se hallaba bañándose en el río en compañía de su discípulo, el Maestro le sumergió bajo el agua, sujetándole
por la cabeza, y así lo mantuvo un buen rato mientras el pobre hombre luchaba desesperadamente por soltarse. Al día siguiente fue el Maestro quien inició la conversación:
- ¿Por qué ayer luchabas tanto cuando te tenia yo sujeto bajo el agua?
- Porque quería respirar.
- El día que alcances la gracia de anhelar a Dios como ayer anhelabas el aire, ese día te habrás encontrado.


                                                                             ***
Una muñeca de sal recorrió miles de kilómetros de tierra firme, hasta que, por fin, llegó al mar. Quedó fascinada por aquella móvil y extraña masa, totalmente distinta de cuanto había visto hasta entonces.
- ¿Quién eres tú? - le preguntó al mar la muñeca de sal.
Con una sonrisa, el mar le respondió:
- Entra y compruébalo tú misma.
Y la muñeca se metió en el mar. Pero, a medida que se adentraba en él, iba
disolviéndose, hasta que apenas quedó nada de ella. Antes de que se
disolviera el último pedazo, la muñeca exclamó asombrada:
- ¡Ahora ya sé quién soy!


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