martes, 3 de noviembre de 2009

Las muletas (cuento indio)

Había una vez un país donde todos, durante muchos años, se habían acostumbrado a usar muletas para andar. Desde la más tierna infancia, todos los niños eran enseñados debidamente a usar sus muletas para no caerse, a cuidarlas, a reforzarlas según iban creciendo, a barnizarlas para protegerlas del barro y de la lluvia. Pero un buen día, un muchacho inconformista empezó a pensar si sería posible prescindir de tan artificio. En cuanto expuso su idea, los ancianos del pueblo, sus padres y maestros, sus amigos, todos lo llamaron loco: - Pero, ¿a quién habrá salido este muchacho? ¿No ves que sin muletas te caerás irremediablemente al suelo? ¿Cómo se te puede ocurrir semejante estupidez? -Pero nuestro muchacho seguía planteándose la misma cuestión: si podría prescindir de sus muletas. Entonces se le acercó un anciano y le dijo: - ¿Cómo puedes ir en contra de toda nuestra tradición? Durante años y años, todos hemos andado perfectamente con muletas. Con ellas te sientes más seguro y tienes que hacer menos esfuerzo con las piernas para andar. Es un gran invento. Además, ¿cómo vas a despreciar nuestras bibliotecas donde se concreta todo el saber de nuestros mayores sobre la construcción, uso y mantenimiento de la muleta? ¿Cómo vas a ignorar nuestros museos donde se admiran ejemplares famosos usados por nuestros héroes, nuestros sabios y guías? -Se le acercó después su padre y le dijo: - Mira hijo, me están molestando tus originales ocurrencias. Estás creando problemas en la familia. Si tu bisabuelo, tu abuelo y tu padre han usado muletas, tú tienes que usarlas también, porque eso es lo correcto-. Pero nuestro muchacho seguía dándole vueltas a la idea. Hasta que un día se decidió a ponerla en práctica. Al principio, como le habían advertido, cayó al suelo repetidamente. Los músculos de sus piernas estaban atrofiados. Pero, poco a poco, fue adquiriendo seguridad y, a los pocos días, corría por los caminos, saltaba las cercas de los sembrados y montaba a caballo por las praderas. Nuestro hombre del cuento había llegado a ser él mismo.
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